lunes, 18 de septiembre de 2017

Tú, mi Alain Delon


Seguimos destiñendo las calles.
Tú con tu sucia boca
                                 que no me besa.
Yo con la estupidez
                                 analizando el detalle,
de todos mis abismos,
los pensamientos que pesan,
y las caries de mi cabeza.

Cómo me gustaría ser tu Claudia Cardinale,
dejarme deambular por las vías de la ciudad.

Pero seguimos delicuescentes, agónicos.
Tú en un punto diferente
                                        que no me toca.
Yo con la imprecisión
                                   sin palabras,
                                   sin billete,
                                   ni equipaje.


viernes, 5 de mayo de 2017

Chimeneas (de cuando era invierno)


Aquí sólo huele a chimeneas ardiendo. La luz debe estar en otra parte, detrás de esa niebla espesa que lo cubre todo. De vez en cuando, tímido y asustadizo, el sol saluda un poco parco. No vamos a engañarnos, hace frío. El frío normal que la piel necesita, según las estimaciones de mi recuerdo infantil. Al menos, aquí las cosas son más certeras. En Palencia siempre hace como tiene que hacer en un mes de diciembre.

Esas son las cosas que me tranquilizan, las que mantienen el orden. Las cosas son exactamente como se espera que sean. No cambian, no hay sorpresas. Puede no gustarte esa exactitud, pero eso es precisamente lo que busca la gente que se queda o los que venimos, intermitentes, al amparo de lo predecible, en busca de la calma chicha.

El cuerpo me pide que me abstenga.
Y callo.

Aquí sólo vale la pena decir las cosas una vez, el tiempo va despacio y es muy difícil tener segundas oportunidades.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

'Nunca es tarde', Benjamín Prado


Nunca es tarde para empezar de cero,
para quemar los barcos,
para que alguien te diga:
-Yo sólo puedo estar contigo o contra mí.

Nunca es tarde para cortar la cuerda,
para volver a echar las campanas al vuelo,
para beber de ese agua que no ibas a beber.

Nunca es tarde para romper con todo,
para dejar de ser un hombre que no pueda
permitirse un pasado.

Y además
es tan fácil:
llega María, acaba el invierno, sale el sol,
la nieve llora lágrimas de gigante vencido
y de pronto la puerta no es un error del muro
y la calma no es cal viva en el alma
y mis llaves no cierran y abren una prisión.

Es así, tan sencillo de explicar: -Ya no es tarde,
y si antes escribía para poder vivir,
ahora
quiero vivir
para contarlo. 

martes, 6 de diciembre de 2016

La parada del 120

Decidió hablarme de finales. Podía haber elegido cualquier otro tema, pero eso es lo que quería desde el principio. Ambos lo sabíamos. Incluso nuestro primer día juntos entendimos que terminar por las últimas cosas, a veces, tiene sentido y hoy nadie iba a decirle que estaba equivocada. No nos lanzamos ni reproches.

Pero eso fue sólo el final. Terminaré por el principio.

Era una inusual tarde de agosto. Hacía frío y sus manos venían escondiéndose tímidas en sus bolsillos. Mientras, ella mantenía su dirección inmutable hacia mi. Recuerdo la marquesina del autobús 120 y aquella señora del vestido rojo que no paraba de mirarnos. Fue ella quien decidió quedar en aquella parada. Decía que así nadie se preguntaría a quién esperaba. Esa fue su estrategia desde el principio, que nadie supiera que siempre estuve esperando por ella. Y lo consiguió hasta el final.

Cuánto quise recoger sus lagrimas. Cuántas caían desde sus ojos, precipitándose al vacío, frenéticas, limpias y brillantes. Ella lloraba, al menos, antes incluso de que yo la viese llegar. Temblaban sus labios al hablarme, se los mordía, los dejaba abiertos para respirar, entrecortada. Me contaba aquella historia de principios, aquellas razones hechas cenizas, sus recuerdos -nuestros- invalidados ya. Yo, simplemente, esperaba sin que se notara, como siempre. 


Paciente, cansado y en silencio.
Y después nada más.

En el fondo sé que aquella escena le encantaba.
Yo sólo le dejaba que me dejará.
Y nos dejamos.


Era insoportable cuando quería.